lunes, 18 de junio de 2012

EL ATENEO (Avda. Santa Fe 1860)



El mar de los opuestos

Sentarme a tomar un café y desde allí narrar una historia es algo que me apasiona. Lo que más disfruto es ese momento en que el cursor titila sobre el fondo blanco a la espera de convertirse en mensaje. Nunca tengo idea con qué me voy a sorprender.

La observación es el disparador para que mi memoria fluya y mi parte racional hurgue en mi inconsciente buscando cómo articular toda la información acumulada por el tiempo. Material sobra porque cada persona trae consigo una historia. Observar a los clientes entrando y saliendo de escena es, a priori, como ver el mar que entra y sale de la orilla infinitas veces. Aunque todo parece un ciclo eterno sin variaciones, cada ola es diferente de su melliza, naciendo y muriendo en distintos puntos o fusionándose con su vecina para dar lugar a una nueva onda marina. Es un devenir constante. Qué acertado estuvo Heráclito cuando dijo: “No te bañaras dos veces en un mismo río”.

Aquí, la marea de mesas con oleajes de pelo carecen de furia. El silencio ocupa distintos lugares y, de romperse, lo haría en distintos idiomas. Allí había un brasilero que me hacía dudar si él se estaba devorando al libro o viceversa. Lo mismo le ocurría a la joven de la que no sabría decir si estaba manipulado su celular o las funciones de éste la controlaban a ella. Mal que mal, casi todos se someten a algún tipo de lectura aquí. Una mujer leía pellizcos de un libro titulado Londres; un albino pasaba las páginas de su cuaderno de anotaciones y otra señora leía el sobrecito de obleas bañadas que acompaña los cafés. Había sólo dos personas que no se dejaban llevar por el acto de la lectura y casualmente eran vecinos.

Ella emanaba algo que me hizo pensar en los sueños. Sus ojos flotaban, su sonrisa brotaba de su imaginación. En su cabeza debía estar bailando un vals con un Príncipe. Estaba perdida en un mundo paralelo de grandes emociones donde todo es posible ¿Estarían llenándola de aplausos en esa pequeña cabeza mientras aquí reinaba la quietud? Él era el contraste; era los pies sobre la tierra, el que va a las cosas concretas, el que no pierde tiempo en leer algo por placer a menos que lo vaya a beneficiar en su negocio o en su día a día. Es de esos que convence porque sabe lo que quiere y cómo llevarlo a cabo.

Si ella pudiera se sentaría como un indio sobre la silla pero sabe que no es el lugar indicado; le gusta flotar. Él hunde su silla con aplomo. Ella debe sentirse Amelie y él debe ser un J.J. Jameson. Para ella este lugar es un teatro que se hizo café mientras él ni se percata de dicha aura sino que lo considera una opción más donde sentarse a revisar su agenda y fraccionar las agujas a su conveniencia. Ella se sueña exitosa mientras él se sabe exitoso. Ella imagina su futuro mientras él lo planifica.

En esta marea humana él sabe que no corre el viento aunque ella lo siente detrás de sus ojos. Ella nota que hay una música de fondo que acompaña y transmite estados de ánimo. Él no tiene ánimos de detenerse en cosas tan efímeras ¿Para qué saber que quizás hubo un tal Homero que declamó una épica inigualable sobre el último año de la guerra de Troya y otra sobre la vuelta de Ulíses a su Ítaca natal? De nada sirve para sus fines. Él va a lo concreto: 2x2 es 4; si para eso debió existir un ábaco, un tal Euclides o un tal Pitágoras no tiene importancia. 2x2 es 4, 4x4 es 16 y seguirá así de forma exponencial ¿De qué le sirve saber que “pi por radio al cuadrado” es el área de una circunferencia? Mientras las cuatro “pi por radio al cuadrado” de su automóvil rueden, él podrá acortar tiempos y distancias incrementando sus activos de manera exponencial. 

Ella debe saber que estamos hechos del mismo polvo que creó las estrellas y que polvo volveremos a ser o, mejor aún, “que estamos hechos de la misma materia de la que se componen los sueños” como dijo Shakespeare y que como estos nos desvaneceremos también. A él no le interesan los orígenes ni lo que pasa allí arriba. Él es un ser terrenal y a ello se debe. Y pensar que en un primer pantallazo parecían dos olas iguales de un mismo mar que se pasaron por al lado sin alterarse por sus formas. Qué bien les habría hecho a ambos tener un poco del otro.

El mar está entre la tierra y el cielo. Él se hará espuma en la costa para aferrarse a la arena como siempre lo ha hecho; ella seguramente volverá a la densidad de las aguas esperando que los rayos del sol la evaporen como nube. Pero ambos saben que tarde o temprano el ciclo del agua los devolverá aquí. Allí están los dos, tan iguales cuando uno mira el mar y tan opuestos cuando nos detenemos a observar sus olas. Es una pena que no se hayan podido fusionar porque habría visto la ola perfecta en este variado flujo y reflujo de lectores y clientes.

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