jueves, 5 de julio de 2012

Un café... una historia (escrito en el café La Capelina)


Mesa 22: El caballero del vértice de la mesa cuadrada

La morfología de los objetos, por lo general, determinan la disposición de los otros objetos con los que interactúan. Por ejemplo, si yo tengo una columna redonda, difícilmente convenga ubicar encima alguna figura con base cuadrada porque no quedaría bien ver las aristas sobresaliendo a la  circunferencia; si voy a colgar un cuadro, difícilmente vaya a ponerlo torcido dado que las paredes y el techo siguen líneas rectas que conviene acompañar; si tengo una mesa redonda se agregarán cuantas sillas quepan alrededor de su circunferencia y si la mesa es cuadrada se suelen disponer cuatro sillas, una por cada uno de sus lados. Pero todo esto es sólo por una cuestión estética. Nadie dice que tenga que ser así, no hay reglas que así lo indiquen, sino basta ver hoy la mesa 22 de La Capelina para poder corroborarlo.

La mesa 22 es cuadrada pero está ubicada junto a uno de los ventanales que delimita el exterior y el interior, por lo que deja tres lugares disponibles para sentarse. Volviendo a la introducción: ¿Quién dijo que son tres los lugares posibles? ¿Por qué no sentarse frente a uno de los vértices y agregar, así, nuevas opciones? No es el lugar más cómodo a mí entender, lo que no quita que no pueda hacerse. Un hombre lo hizo. Son dos sujetos sosteniendo una charla de café. Uno de ellos sentado en uno de los tres lugares lógicos posibles y el otro en diagonal, justo en la unión de dos lados, con la arista apuntando sobre su pecho.

La situación me llevó a todo tipo de preguntas. ¿Por qué no sentarse enfrente de su amigo? ¿Por qué ir en contra de la naturaleza de las cosas? ¿Sería una manera de decir: Aquí estoy yo, soy distinto? ¿Será por eso que el vértice de la mesa es como una flecha que le apunta y lo destaca? ¿Habrá alguna gotera que lo obliga a correrse?

En el ejercicio de pensar comencé a encontrar interesante su decisión. No tanto desde el lado de querer destacar, dado que por su postura  no parecía ese tipo de personas, sino más bien por su original decisión. Entendí que todos los que estamos sentados hoy acá somos el estructurado común de la gente que nunca salimos del molde para ver más allá. Como un amante del pensamiento lateral sentí cierta envidia de no haber sido yo el que encontrara nuevas alternativas, más allá de las que la geometría de los objetos nos reduce a pensar. De todas formas, me surge también el interrogante de saber si realmente está cómodo, a pesar de que así se lo ve.

Las largas mesas en tiempos medievales tenían forma rectangular porque en los extremos iba la realeza. Era una manera de jerarquizar desde la geometría, de poder ser visto por todos y poder mirar a todos también desde aquel lugar de privilegio. La famosa mesa redonda de los Caballeros del Rey Arturo tiene la particularidad de igualar a todos en el orden jerárquico, dado que todos se pueden ver con todos y nadie se destaca del resto, todos son iguales y nadie sobresale. Las mesas perfectamente cuadradas también tienen esa particularidad, aunque este sujeto se las ingenió para ser distinto ante nuestros ojos.

Mirando el suelo observé que la silla ocupada por el hombre en cuestión estaba justo sobre una gruesa y llana línea de cemento del ancho de la misma. La silla encajaba perfecto en una larga calle en diagonal que pasaba justo por debajo del vértice de la mesa. Estos caminos de cemento se van cruzando, cual calles, encerrando grandes parcelas de ladrillos que conforman la vereda. Recordé a Jack Nicholson en su papel de obsesivo compulsivo y agregué una nueva hipótesis: ¿No será tan obsesivo que necesita moverse por las líneas de cemento del piso para no pisar los ladrillos? Justificaría, en parte, la precisa ubicación de la silla.

¿Cómo saber, entonces, si es así por desestructurado o por obsesivo? Si es un innovador, un distinto que no guarda su dinero en una billetera o si es de los que necesita tener los billetes ordenados de mayor valor a menor con la cara de los próceres mirando al frente, todos en hilera.

A juzgar por su camisa a cuadros y en un entramado perfecto que no admitía cuadrados torcidos que quisieran romper con la trama convencional, podría inclinarme más por su carácter de obsesivo. Pero ello vendría acompañado de ciertas mañas en la disposición de las tazas y platos frente a él, algo que no estaba presente. Había un desorden normal.


Ambos pagan y se retiran. Descartado el trastorno obsesivo: pisó cemento y ladrillos por igual. Mis ojos quedaron un rato largo observando la silla vacía en la particular diagonal. Otros dos hombres se dirigieron a la mesa 22 y optaron por sentarse enfrentados en las otras dos sillas libres. Son el común de la gente, aunque no se atrevieron a mover la otra silla de su diagonal. No quedaba estético. Si no iba a ser ocupada con estilo merecía volver a la posición convencional. Además, el hombre que me daba la espalda tenía un pelo en su hombro que me tenía inquieto. Necesitaba quitárselo ya. Hora de irme. Sarmiento, Rosas, Belgrano, San Martín, y algunos Mitre (en ese orden) estaban listos para sacrificarse y solventar mi consumo. Hubiese querido acomodar la silla pero no lo hice. Preferí irme por las líneas de cemento cuidándome de no pisar las parcelas de ladrillos.