Una
vez atravesado el pasillo de las palabras encapsuladas, la Boutique del Libro revela un sector donde poder sentarse y tomar
algo. Aquí se conjuga un curioso arte exultante en colores. Casi todas las
mesas y sillas están patinadas de amarillo, rojo y azul. También hay algunas
lilas y una marrón. Una pared es blanca, otra amarilla y otra violeta. De ellas
cuelgan pinturas de colores llamativos, saturados. Había algo en este cubículo; algo en sus colores, algo en sus formas,
quizás. Sentía familiar la combinación de los elementos. Entonces me llegó a la
mente la imagen esclarecedora de mi sospecha. El lugar se asemejaba al cubo mágico.
Tratar
de acomodar los nueve cuadraditos del mismo color en cada una de las caras del
cubo rotatorio es un desafío que jamás pude resolver. De sólo ver a esos
orientales armarlo en escasos seis segundos me hace sentir un inútil en la
materia. Llegué a pensar si no sería una cuestión de observación simplemente,
pero estirando mis ojos para ver el mundo como lo hacen ellos no contribuyó al
armado del mismo.
En el
plano horizontal había que reacomodar las mesas y las sillas: todas debían ser
rojas en un sector, amarillas en otro y azules allí contra el rincón. En el
plano vertical las pinturas debían ser del color de sus respectivas paredes, lo
que me obligaría a desechar algunos cuadros y reubicar otros. Pero había dos
problemas en este original armado del cubo mágico. El primero es que yo no era
el dueño del lugar, por lo que no me correspondía llevar a cabo semejante
alteración y, aún si me llenara de coraje, me vería impedido por el segundo
inconveniente: las mesas tienen clientes.
Me
había obsesionado con armar el cubo, algo que me resultó imposible toda mi
vida. Tenía la oportunidad al alcance de mi mano aunque seguía siendo una tarea
difícil ¿Por qué no soy chino? Seguramente en seis segundos reubicaría todo sin
que la gente tenga tiempo de disgustarse conmigo. Pero había cosas que me urgía
cambiar ya y que sólo tomaría escaso tiempo. Los cuadros del lugar están
exhibidos para su posterior venta por lo que las paredes cambian de
indumentaria cada tanto. Hoy, la pared lila tiene un cuadro casi todo amarillo
que indudablemente debe ser acostado en el plano horizontal para adecuarse a
las mesas de ese color, o deberíamos arrimar todas las mesas amarillas sobre la
pared correspondiente y allí reubicar la pintura.
Empecé
a dudar de mi cordura en el instante en que un perro pasó caminando por entre
las mesas sin que nadie aquí se mosquee. El perro reaparecía cada quince
minutos, si no era mi brote psicótico el que estaba necesitando su cuarto de
hora. Mi locura, los colores plenos, las pinceladas y las pinturas me hicieron
fantasear que podía ser Van Gogh. Claro que estaba más cerca de pintar El Perro en la Boutique que Los Cuervos en el Trigal. No me
importaba. Si asumía mi estado de locura me sería más fácil llevar a cabo mi
arte conceptual. Estaría libre de prejuicios y podría culpar al perro llegado
el caso. Aunque todo este razonamiento me hace creer que estoy bastante cuerdo
todavía. Además, Marta Zatonyi me convenció una vez al decirme que un loco no
puede crear arte. Me aclaró que el gran mérito de Van Gogh no era el de pintar
así gracias a su locura sino, justamente, a pesar de ella. Fue la lucha más grande
de la creación humana contra la oscuridad eterna; quizás por eso necesitó
saturar el lienzo, para dar color a su
locura, como escribió Fandermole en su canción.
Volviendo al cubo, ahora me daba cuenta de
algo que era muy evidente y perturbador. Más allá de que pudiera dar vuelta
este lugar para reagruparlo en símiles colores, jamás podría ver mi obra armada
porque yo estoy dentro del cubo. Sólo lo verían los transeúntes sanisidrenses
de la calle Chacabuco, alguna avioneta o alguna rata de alcantarilla. Yo
estaría armándolo desde adentro y jamás obtendría el reconocimiento y, lo que
es peor, no podría ver mi obra terminada.
Atrapado dentro del cubo ¡Qué injusticia! Pasa
el perro ¡Qué locura! Faltaba que pidiera una empanada y me trajeran mi propia
oreja en una caja o que al dulce para las tostadas lo suplantaran por pintura,
otro singular aperitivo del pintor holandés. Qué impotencia esta de ser el
único aquí con la lucidez suficiente para entender en dónde estamos metidos. No
hay nada que pueda hacer hoy. Atravesaré el pasillo de las palabras
encapsuladas con gran frustración. Sé que nunca veré de la misma forma los seis
lados multicolores de mi pequeño cubo cuando llegue a casa. Y si alguno lo
tiene a mano pruebe agitarlo antes de seguir rompiéndose los sesos porque si
escuchan que este les ladra habré demostrado con este relato mi más grande acto
de lucidez.